¿Dónde estabas, Laia?



—¿Dónde estabas, Laia?
—He ido a tomar un café, amor mío...
Él hace ver que se lo cree, y ella se sienta de nuevo a su lado para hablar de fragmentos de cielo que ven desde la pequeña ventana  de la habitación.
Hablan con las manos entrelazadas.  Abren las ventanas del corazón para dejar entrar aire cálido que derrita el gélido temor de un final próximo.
Nunca le explica que son los médicos los causantes de sus retrasos. Siempre es un café.  Sabe que él ya lo intuye, y también sabe que no quiere hablar de ello, que prefiere rehuir la cruda  realidad porque ama demasiado la vida, y quiere aferrarse a ella
 Es Laia quien a escondidas debe atender las duras explicaciones de los médicos en medio del pasillo. La profesión de ellos les obliga a ser explícitos y claros con los familiares, y ella intenta que aquellas palabras pesimistas no agraven aún más la tristeza del hombre que quiere. Debe escuchar, con un llanto contenido, como le recuerdan que el estado de su pareja es terminal, y pocos segundos después tiene que hacer el esfuerzo inhumano de girar el pomo de la puerta y entrar en la habitación con una gran sonrisa que le esconda las lágrimas. 
"Ya se escucha el carrito que te trae el almuerzo, Luís. Comételo  todo para ponerte bien fuerte y poder volver pronto a casa ", le dice cada mañana con un tono más bien alegre  para dar la impresión de optimismo, y él la mira agradecido.
Tiene los ojos llenos de sol, aunque  no puedan  ver ningún signo de amanecer.


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