Mientras la ciudad duerme



Mientras la ciudad duerme

Es uno de enero de dos mil diecinueve. Otro año que comienza. ¿Cuántos me quedarán?. Qué bien hecho está el mundo, ese mundo que hoy a las nueve veintiun minuto aparece desierto, silencioso como si fuera media noche. Pero la luz del sol, que traspasa las nubes y se cuela por mi ventana dándome de lleno en la parte derecha de mi cara y en el teclado del ordenador, esa luz lo desmiente. Son ya casi las diez. Y aplicando el oído, voy sintiendo como lentamente se van incorporando algunos sonidos nuevos y lejanos a mi mañana. Un coche, unas personas que pasan por la calle, el choque de algún utensilio de cocina en el piso de abajo, todos ellos de forma tímida como si temieran romper la paz del año recién nacido.
La luz va inundando el espacio en el que escribo. El sol se filtra entre las nubes para luego volver a esconderse, de tal manera que parece que ambos jueguen al gato y el ratón. Empiezo a sentirme mas despierta, he dormido poco, pero últimamente duermo poco. Será que la vida se me escapa como la arena entre los dedos y mi naturaleza avariciosa y tacaña quiere compensar ese dispendio irremediable que es el paso de los años, quitándole horas a la noche.

Ayer , primeras horas del nuevo año, observaba bailar a mi hija con su hija, de diez años, a sea las que bailaban eran mi hija y mi nieta, y pensaba que la vida es tan corta. Hace tan poco que yo era así...y aquella escena se repetía año tras año... El tiempo es indeleble y cruel. No nos damos cuenta mientras somos muy jóvenes. Pero poco a poco al pasar de los años vamos tomando conciencia: de la vida, de nuestra familia, de los amigos —esas personas que poco a poco nos van abandonando— y comenzamos a pensar en que, sin prisa pero sin pausa, el camino que nos queda por recorrer es cada vez más corto, y que de dónde narices hemos venido y hacia dónde narices nos dirigimos.

Empezamos, al menos yo, a pensar que hay que vivir cada segundo como si fuera el último, que todo viene y se va, que lo que hasta hace poco tenía tanto valor, ahora ya no tiene ninguno, y que lo que no tenía valor ninguno ahora se eleva por encima de cualquier otra prioridad. Levantarme por la mañana y ver salir el sol, o las nubes o el cielo. O ver cuando se esconde aquél dejando esos brillos rosados que me dicen hasta mañana. O ver correr la nubes, o ver oscurecerse el cielo. Oír el viento, la lluvia que azota mi ventana en las tardes de invierno, perder mi vista en el horizonte abierto, escuchar “Feeling Good” por Nina Simone. Todo esto tomando valor, elevándose por encima de cualquier otra cosa, tomando cada vez más conciencia de que sola y desnuda vine al mundo y de que sola y desnuda lo abandonaré. Así es y así será, para mi, para ti, para todos los que compartimos este espacio prestado; este mundo infinito habitado por seres finitos.

Así la vida, que lentamente se escapa entre luces y sombras: Entre mi admirada Nina y este dolor que intenta por todos los medios que le preste mas atención.



Montse G.(1/01/2019)

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