Cosas de un barrio






 

 Un gallo sin plumas baja por la cuesta de una calle sin sol. Un pesado y sucio fardo de ropa vieja y sucia, cargada en la espalda se la lleva un hombre con muleta. Unos niños pequeños y casi sin dientes se mueren de risa encaramados en una caja medio rota de madera que les ha dado el pescadero que antes era el frutero de la esquina. Una caja de cartón medio mojada, atada con cuerdas finas llena de enaguas, unas bragas de colores y tres camisones caen desde una sucia ventana de color verde, al suelo de barro de un suburbio en el extrarradio, del mismo suburbio de un extrarradio que dicen las autoridades que aquello es un barrio.

 Unos hombres se pelean, unas niñas que ya no son niñas les aplauden en un callejón sin salida. Unos chicos miran como abren las piernas mientras aplauden. Un perro viejo y flaco mira desganado los movimientos de la mujer aun con zapatillas, y la cama recién hecha, y su mirada la sigue. El perro flaco y viejo sabe que la mirada termina en la cocina y las lágrimas terminan por la tarde.

Los insultos en los patios de luces por la ropa tendida es el pan nuestro.

A la mujer de las lágrimas no le espera ninguna lista de cosas que apuntó ayer por la noche, y que ya había apuntado la noche anterior. Y la anterior. Esta noche le hará la cena que le gusta. No me pegará, piensa.

Cuatro mujeres que antes eran jóvenes sacuden siete alfombras nuevas -esto les dijo el hombre que las vendió- Una peluquera que hoy empieza a trabajar hace rizos en los rizos rizados de una niña atiborrada de parásitos. Luces de coches de policía en la punta de la calle. Un viejo baboso mira a través de su ventana a otra ventana, a la joven que folla con un hombre que no era el mismo que ayer. En el piso de arriba las mentiras manchan con grandes gotas de sangre al sentido de renunciar y no denunciar.

 El monumento de un toro se levanta al final de la calle. En las lágrimas de la mujer que la mirada del perro la sigue siempre, lleva dentro las otras listas de cosas que, ya porque son antiguas, no tiene porque apuntar. Quizás es más importante la mirada que ella, piensa el perro flaco y viejo. Hay unas sombras extrañas a la luz del atardecer. Gritos de mala puta se mezclan con las otras del hombre que dice o quiere follarse a la chica que sale del bar. Cajas de dinero escondido anteayer aparece hoy para apostar por un gallo en las peleas. Una rata entra en una tubería, esta no es muy grande mientras le tiran piedras unos niños que fuman...

Un mensaje de socorro se ha quedado colgado entre el toro y el abismo. Esta sombra no es de la luna, dice un viejo que recoge colillas de tabaco en el barrio de los ricos. Y en la cara posterior de las cosas, unos pies diminutos andan sin rumbo pisando y pisando charcos buscando luceros que brillen. Y entre beso y verso, gallos, calles sin sol, ropa vieja, muleta y puzles de dientes de niños, babosos mirones, cajas de cartón mojadas, bragas, miradas de perros flacos y viejos, ventana verde, resortes, ungüentos de viejas, el sentido de renunciar y no denunciar.

Fardos de ropa vieja y sucia, bultos, insultos, alfombras nuevas pero que están deshilachadas, peluquera que hace lo que no sabe, cacharros, niñas que no son niñas, luceros que brillen, colillas y bestias en el pelo de la niña.

Un rompecabezas de embrollos en la entrada del barrio (como lo llaman las autoridades). Barrio?, autoridades?, pero si la única verdad es saber cómo ingeniárselas para poner alegría a cada brizna de cosa que allí existe, para que su peso no lo arrastre hasta las cloacas.

Comentaris

Entrades populars