La poeta




Estoy sentada en un banco frente al mar. Las olas van y vienen. No hay nada de particular en ello, sin embargo, el brillo del sol que luce hoy, lo hace diferente, ¿o soy yo la que está diferente? Me centro en los sonidos y en lo que la naturaleza me regala.

Allá casi en la línea del horizonte pasa un barco no muy grande, yo, sin entender, diría que es un barco de pesca. Mucho más cerca y hacia el nordeste se aprecia una barquichuela —con una gran vela blanca— en la que se adivinan un par de siluetas. ¡Cómo me gustaría estar ahí! Rodeada de nada. Rodeada de cielo y mar y alguna gaviota sobre él; sentir la brisa húmeda y salada, y el sol, aún tibio en este tiempo, acariciando mi piel.
Vuelvo de mi paseo virtual, en barco, al ver venir un perro con su amo. Me sonrío y pienso que muchas veces los perros tienen cierto parecido con sus dueños. El animal se me acerca husmeando, a mí me dan cierto respeto, si no los conozco, pero inmediatamente el dueño le lanza un silbido y el perro me abandona obedeciendo al sonido familiar.
Ahora cierro los ojos y me dejo llevar, nadie me ve, el banco está muy cerca del agua y aún no hay bañistas. Hoy ni pescadores. El aire trae una música relajante que no sé decir de dónde proviene, da igual, complementa el marco en el que me encuentro. Sola, sola. Como si nadie habitara en este mundo, mas que yo. Y me elevo y abro mis alas y vuelo hacia un país imaginario. Me encuentro tan bien que no quiero volver.



Y continúan las olas y continúa la brisa y continúa el sol y también el paso de otro perro, al que no veo, pero escucho su ladrido suave y pequeñito. No, no, no quiero regresar, nada importa ahora, en este momento que he conseguido construir . Hay veces que lo intento y no puedo. Hoy, sí, hoy me siento tan etérea que me da miedo. Miedo de dejarme llevar y adentrarme en el mar caminando; caminando hasta que mis pies dejen de tocar la arena y mi cuerpo flote como por arte de magia. No sé nadar, al menos no, cuando dejo la orilla y me siento insegura.
Un gran deleite recorre mi cuerpo, no es un placer carnal, claro que no, es un placer del alma que encuentra por fin donde apoyar la cabeza. Porque siempre he pensado en el alma como en algo con cuerpo parecido al mío, alguien que camina a mi lado y me habla. Mi alma y yo. Yo y mi alma. Me gusta. Está ahí cuando la necesito.

Sin desearlo regreso de mi viaje y miro el reloj. Maldito reloj. He de marcharme. No me ha dado tiempo de escribir mi poema. Pero hoy el poema ha sido el sol y las aves y las nubes blancas y la brisa marina y también la barquichuela en la que he viajado.
Con todo esto mañana escribiré.

M.G. (15 de febrero de 2018)

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