La madre de Laura



¿Niña, dónde estás? Entra en casa pronto! Hace mucho tiempo que te espero.
Al oír que la llaman,  Laura, cierra el grifo del agua, enrolla la manguera de plástico y se seca las manos; una ráfaga de aire le sonríe compasiva y  le revuelve el pelo. Le encanta.

 Aún no ha tenido tiempo de regar todo el jardín y le duele que las petunias refunfuñan  decepcionadas, los gladiolos bajen la cabeza contrariados y las violetas se enfaden, pero piensa que lo más importante en este momento es atender el grito imperioso que ha atravesado la ventana. También piensa que las rosas pueden esperar, ya las regó ayer. No se molestarán, piensa..

Entra en casa nerviosa, con el temor de tener que escuchar reproches a causa de aquellos minutos de recreo, cerca de olores y colores placenteros. Observar como las gotas de agua caen en los pétalos y se esfuerzan para no caer en la tierra ya mojada. Y las gotas en las hojas caen para caer en otra hoja. Les gusta cuando se mueve la hoja y ella resbala hasta quedarse en el borde unos momentos  hasta caer muy despacio.

 Se dirige a una de las habitaciones, la más grande  y soleada de la casa. La abre despacio para observar  detenidamente el interior  y respira aliviada cuando ve que no ha habido ningún cambio. Todo sigue en orden,  las sábanas de la cama permanecen limpias y bien colocadas, el vaso de agua está  intacto encima de la mesita de noche, y los pañales todavía son limpios y en su lugar. Las zapatillas donde ella las colocó.
—Estoy aquí, ¿me habías llamado, verdad?

—¿Dónde estabas, niña? Hace muchísimo tiempo que te he llamado, días, creo…   —dice la madre con cara compungida pero autoritaria a la  vez—  Ya sabes que yo te necesito aquí.
Laura  baja la cabeza resignada, no dice nada, anda unos pasos y coge el sillón de mimbre que ella misma barnizó hace unas semanas y se sienta pacientemente junto a la cama.

Ya tiene a Laura a su lado, la persona que quiere, pero al mismo tiempo no lo es. Te mira como si le resultases familiar, pero no te conoce, o te confunde, o sabe que te conoce, pero no está segura de por qué o de qué. O  que pregunta  extrañada, quién es ese hombre que te besa tanto, sin reconocer a su hija. Volverá a evocar, con palabras que serán eco del silencio, los días de niñez y de juventud en que la felicidad aspiraba todo el jugo del universo e intentará olvidar como le es de dura esta madurez en que la libertad es un recuerdo difuso. 

Se le borran años enteros de la mente. Y se convierte en madre y en padre, en hijo, en una mezcla confusa de parentescos, personas, tiempos y lugares. Olvidará los sabores, los colores, las palabras. Lo olvidará todo. Pero seguirá teniendo sentimientos.  A la madre se olvidará del vuelo libre del jilguero, y Laura  continuará siendo el fuego permanente del invierno de la madre.
Antes de sentarse, sin embargo, le da un beso dulcísimo en la mejilla.





Comentaris

Entrades populars