María



A María le gusta mucho bailar. Ya desde muy pequeña sube y baja las escaleras de puntillas, como lo hacen las bailarinas de ballet.  Es una niña alegre y despierta. Su pasión por el baile lo transmite a todo el que la ve. Los vecinos dicen a su madre:
—Susana, a esta niña la has de llevar a alguna escuela de ballet.
Susana, mira a su hija con cariño y piensa que no es tan sencillo; económicamente eso está fuera del alcance de la familia. Son cosas de niñas, ya se le pasará.


Pero las observaciones de la gente que les conoce hace que Susana, cada día, preste más atención a su hija y poco a poco se va dando cuenta que aquello no se le va a pasar a María. Sin embargo ¿qué puede hacer ella? —piensa con tristeza— ella trabaja y su esposo también y solo tienen para salir adelante en lo más imprescindible. ¿Qué salida se le puede dar a aquella afición de María?  Habría que hacer un esfuerzo de la manera que fuera.


María y su familia viven en Poble Sec hace muchos años y conocen a mucha gente. Susana recuerda la modista que muchas veces les confecciona la ropa y ha visto, que en el taller, tiene en una vitrina con un precioso traje de ballet de cuando su hija era pequeña y que está a la venta. Quizá no será muy caro, piensa. Y allí se dirige el lunes cuando la niña se despide para ir a la escuela. Pero, ah! aquel traje es muy caro, no está a su alcance. Y después de admirarlo se despide diciendo:  ya lo pensaré, muchas gracias.


María jamás dice nada, es consciente de las limitaciones económicas que hay en casa.  Lo ve en el colegio de monjas al que asiste, cuando al regreso de las vacaciones de verano oye cómo otras niñas  hablan de pueblos costeros —como Biarritz o Benidorm— de lo bien que lo han pasado, de los amigos que dejan allá y de las ganas de regresar que tienen. Ella jamás puede contar nada de todo esto, pero no siente envidia, es feliz con su familia, que la adora, lo que le hace ser una niña alegre y segura, siempre fiel y solidaria con los demás.


Cuando sea mayor —pensaba—entonces trabajaré y podré pagarme mis clases de ballet. Y se quedaba conforme con este pensamiento.


María creció, conoció a la persona que sería su compañero para toda la vida y dejó de pensar en el ballet. Tuvo niños que le ocupaban por completo la mente. Y así, poco a poco pasaron los años. Los niños ya no la necesitaban y ella empezó a tener mucho tiempo libre. Económicamente no se podía quejar; podía darse algún que otro capricho y todos los años la familia se iba de vacaciones a aquellos sitios que recordaba no haber podido ir de niña. Pero la cabeza y los ojos y todos sus sentidos, nuevamente, se iban detrás de aquel sueño del ballet: ahora que se lo podía pagar, la vida le decía que ya no era el momento.


María pensó que en la vida hay que luchar por lo que quieres, aún siendo niña, y no ser demasiado prudente. Si hubiera insistido —lo sabía— su madre y su padre hubieran revuelto cielo y tierra para que ella pudiera cumplir su sueño y quien sabe si hubiera triunfado.


En aquel momento, María estaba sentada en un cómodo silloncito bajo, estilo Luís XVI que su marido le había regalado años atrás. En él, leía, cosía o cerraba los ojos y se relajaba; como ahora que,  miraba al mar y soñaba.


Montse G. (7 de marzo de 2018)

https://www.youtube.com/watch?v=SDhq70yrtiI

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