La nevera.



Por un día, y esperando librarse de aquel trabajo durante otros seis meses, se decidió a limpiar el asa de  la nevera. Además del mal olor  de la bolsa de basura, que estaba a rebosar, el aspecto de la cocina en conjunto era bastante lamentable, pero más que los regueros de grasa en los armarios, lo que hacía mal aspecto  de verdad era la puerta del frigorífico. Al ser blanca destacaban mucho más aquellos malditos regueros de grasa o las señales de los sucios dedos en el asa de la puerta,  se podían reconocer perfectamente  manchas  de colores variados, aceite, chocolate y migas de pan.

Lentamente se dedicó a ello. Una vez limpiada el asa, se dio cuenta que tampoco era tan difícil hacerlo en aquella superficie  donde la suciedad se sacaba con facilidad, y continuó, animado, con el resto de la puerta.
Listos, se dijo. Dejó el paño en su sitio y cuando  se disponía a hacerse la cena se dio cuenta que la cocina daba la impresión, en general, estar mucho más sucia que antes. En contraste con la reluciente puerta de la nevera, todos los armarios y estantes aparecían más sórdidos que nunca. Sofocado  el primer  pensamiento  de no volver a limpiar  nunca más la puerta, se decidió a pasar el trapo en los armarios  que la rodeaban. Consiguió una brillantez donde había habido mugre por todas partes. Entonces se dio cuenta que la suciedad no aparecía de golpe al acabarse el oasis de la puerta, sino que lo hacía gradualmente en un radio de un armario. La intención era buena, pero un vistazo panorámico desde la puerta de la cocina  le indujo a continuar el trabajo, aquello era como ”bufar i fer ampolles”, de fácil que lo encontraba.

Así que cogió aire y pasó la bayeta de un tirón, por fuera, todos los armarios, estantes y cajones. Pero luego, al abrir el cajón de los cubiertos, temiéndose lo peor, se llevó un susto porque  estaba  realmente sucio, mucho más sucio que nunca en éste  nuevo contexto. Por no hablar del cajón del pan, del interior del armario de las galletas o de las latas de conserva, todos los cajones cayeron rápidamente bajo su trapo certero. Luego vinieron los espacios entre azulejos, que  le costaron  mucho más, pero no le importó, y luego el extractor, esta fue su  primera victoria importante, pues lo había desmontado todo y por todas partes, tornillería incluida. Preso de un delirio frenético, cuando más limpiaba más infectos parecían los núcleos salvajes de resistencia.

Luego vio la ventana, el cristal, la maneta y el marco de la ventana, y desde allí divisó los hilos del teléfono, que si negros estaban, más negros quedaron después de limpiar la ventana.  Los desclavó de la pared, y los limpió con un esmero increíble. Cuando ya lo daba por hecho todo  se fue directamente a la nevera reluciente para sacar la cena, entonces vio horrorizado los cables que llegaban hasta el enchufe de la nevera. Limpió el enchufe y empezó por el cable que estaba asquerosamente sucio. Estaba tan dedicado a esta labor que limpiando,  limpiando  se alejaba,  primero a un metro escaso, luego tres metros, siete… en dirección a la ciudad. Siguió limpiando, la cocina estaba reluciente. Los cables  cruzaban la calle y se perdían en un mar de tejados negruzcos, con miles de antenas que no se habían limpiado jamás.  Estaba cansado y tenía hambre pero ya todo lo que veía era un insulto para su cocina, y que necesitaban imperiosamente una limpieza a fondo.

El hombre, decidido, se colgó de los cables, cogió el paño con los dientes y se encaminó hacia su próximo objetivo.


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