la pianista




Apenas faltaban unos minutos para empezar la actuación cuando entró en el local y se sentó en un taburete en la barra. Hacía más de cuatro semanas que iba cada noche, desde el día que recibió el correo de la editorial donde le notificaban que su novela era bastante digna, con suficiente calidad para ser publicada, pero difícil de colocar entre las colecciones que ellos tenían.
 Ese día, la casa se le venía encima. Necesitaba salir y distraerse un rato. Una cerveza en el pub de la plaza le   reconfortaría. Allí siempre encontraba amigos. Antes, sin embargo, dio un giro sin rumbo por las calles del barrio. Y fue así que descubrió aquel nuevo local donde interpretaban música en vivo. Y fue de esta manera que se encontró escuchando una melodía que estaba seguro de haber oído antes, pero no le venía a la memoria el nombre, quizá porque estaba demasiado absorto contemplando la pianista tan etérea como la música que arrancaba del piano, tan grácil y bella que lo hacía estremecer.

Un triste foco iluminaba aquel rostro de facciones delicadas y  le permitía percibir el sentimiento de que la poseía, aquella mística comunión con la pieza interpretada, toda la magia que emanaba del balanceo de su cuerpo de la danza de los dedos recorriendo el teclado, de aquella cabellera como el fuego que le acariciaba constantemente los hombros. Nunca había pensado que se pudiera enamorar a primera vista, que nada pudiera sacudirlo de aquella manera. Por ello, volvía noche tras noche.  Y así mucho tiempo.

Por esta razón había trabajado hasta la extenuación para rehacer la novela y conseguir la versión definitiva que lo llevaría al éxito, una versión que ella le había inspirado. Esta vez, estaba seguro de que no se atreverían a rechazarla. Así se lo vaticinaba el corazón. Y había decidido que de esa noche no pasaba. Al finalizar la actuación, se acercaría a la pianista y le diría «sabes, me has convertido en un experto en Claydeman », y ella dibujaría una sonrisa con los labios, y también con la mirada, y entonces,  solo entonces sería el momento de confesarle que gracias a ella su libro entraría en las colecciones de la editorial. Dejó una flor y una copa de cava encima del piano y salió a la calle.
  

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