Todo un dia por delante
Me
despierto y pienso que tengo todo el día por delante para hacer lo que quiera,
sin ninguna obligación. He dormido desnuda y destapada y aun así he sudado. Han anunciado que hoy llega una
ola de calor. Me gusta. Me seducen los días de verano más calurosos, en que
incluso lo cotidiano se convierte en heroico. Pienso que iré a la estación y
cogeré el tren hacia Barcelona. A dar una vuelta por la capital. De hecho,
tengo que ir a cambiar una camiseta que compré sin probármela y resulta que es
pequeña.
Primero
me entretengo haciendo algunas fotografías, enviándolas luego por correo con el ordenador. Ya que lo tengo
abierto, repaso los titulares de los periódicos, contesto algunos correos y
cuando me doy cuenta veo que ya no estoy a tiempo de coger el tren de las diez
menos diez porque todavía tengo que ducharme, desayunar y cerrar todas las ventanas que he
abierto para que entren los veintiocho grados que hay en la calle.
Una
vez he hecho todo esto, cojo el coche y me voy a la estación. Busco
aparcamiento, no vale cualquiera, calculo que cuando vuelva será la hora del
almuerzo, miro los lugares que tendrán sombra entonces. Me va la vida en un día
como hoy. Aparco el coche bajo un
platanero que ya caen hojas secas. Hay una chica barriendo, estornuda, le digo
"salud" pero no me oye, me doy cuenta que está escuchando música.
Entro
en el edificio de color granate. Faltan cinco minutos para que pase el tren, el
de las diez y diez. Oigo que alguien protesta, le pregunto a la chica de la
ventanilla y resulta que el tren se ha estropeado y lo han suprimido. El
siguiente será a las once menos cuarto. No sé qué hacer, volver a casa, volver
a aparcar... Al final decido sentarme en un banco de la estación y comenzar a
leer el libro que había cogido para leer en el tren. "Ficciones" deJorge Luís Borges. Hace poco un amigo me hizo caer en la cuenta que yo no había
leído absolutamente nada de este hombre.
Así
que comienzo, con un relato que se llama "Talón". El título no hace
presagiar nada bueno, pero intento concentrarme. Se sienta a mi lado una chica toda nerviosa, asustada,
pensando que el tren está a punto de pasar. Le digo que se ha estropeado. Se
cabrea. Quiero continuar leyendo. Pero ella me habla. Pongo el dedo índice
señalando la línea, para no perderme. Me dice que es la tercera vez que hay una
avería esta semana. Yo pienso que si no me hubiera entretenido con la tontería
de las fotos ya estaría en Barcelona. Retomo el libro. Está lleno de nombres
extraños, como el mismo relato. La chica
me dice que se va, pero distraída en la
lectura entiendo que va a buscar un libro a su casa. "Hasta luego!"
le digo.
Ostras,
qué relato para empezar con Borges. Qué
follón. Capto que hay indicios de una sociedad secreta que quiere crear un
planeta ideal. Pero a la vez es como si ya hubiera existido, fuera de la Tierra
y quedaron huellas aquí y allá. Si, si,
es como dejar señales por todas partes para
quien las sabe ver. Y al final parece que toda la Tierra, los humanos,
estamos cambiando para llegar a ser lo que está escrito en una enciclopedia. Me
quedo con una frase del principio sobre un hombre: "En vida padeció de
irrealidad, como tantos ingleses; muerto, no se siquiera el fantasma que ya era
entonces."
El
aire profético, lúgubre, misterioso, con que está escrito, cuando habla de
pruebas, de libros antiguos y hechos casi paranormales me recuerda mucho a
Lovecraft y sus relatos. He tenido que buscar mucho en el fondo de la mente para llegar a recordar su nombre: Lovecraft.
Termino
el cuento y la megafonía anuncia el tren. Ya lo esperaba
llega abarrotado. Claro, lleva el doble de gente, la de los dos
trenes... No me puedo sentar, suerte que ya he leído en la estación. Me quedo de
pie en el borde de las puertas de salida. Justo a mi lado hay una barra, me agarro a
ella. Ante mí, un chico de unos diecisiete o dieciocho años lee de pie. Su mano
está agarrada a la misma barra, al lado
de mi mano. Me ve apurada, me hace un poco de sitio, le miro agradecida. Lleva
un pequeño tatuaje en la muñeca.
El universo,
La luz y su silencio.
La eternidad
La luz y su silencio.
La eternidad
Creo que es un haiku.
Cierro el libro de
nuevo, no sé leer así, no puedo concentrarme, así que empiezo a hacer mis ejercicios diarios, No me doy por vencida. Sólo serán
cinco minutos, tres veces al día, me dijo el doctor. Quien seria Kagel? —me pregunto.
El tren
se detiene en todas las estaciones. Y en todas sube gente. Vamos prensados,
justo hoy, primer día de la ola de calor. Ya me empiezo a arrepentir de mis planes. Siento el sudor como resbala en
gotas calientes por mi espalda, hasta la cintura, donde la goma de la falda la
frena y la aspira. No funcionan los paneles luminosos que indican las
estaciones y la megafonía es tan floja que la mayoría de gente tiene que mirar
por las ventanillas para saber si ya han llegado a su destino. Una señora me
pregunta si ya hemos pasado Arc de
Triunf, le contesto que es la próxima, sin dejar de apretar mis paredes
vaginales. La mujer, de unos setenta años, lleva pendientes, cadena al cuello y
tres o cuatro anillos, todo de oro. Miedo me daría a mí ir así...
La
mayoría bajamos en la plaza de Catalunya,
las escaleras mecánicas chirrían de agotamiento cuando nos suben del andén al
nivel superior. Nunca había visto unas colas tan largas para pasar el billete y
salir por fin de allí dentro. Un empleado de Renfe decide levantar las
barreras, como en las autopistas, y salimos todos en masa, diez idiomas
diferentes dándole las gracias.
Cuando
ya empiezo a ver la luz del día al final del pasillo, el mismo mendigo que
estaba allí hace un mes me desea buen día. Es un hombre grande, muy amable,
educado. Más de una vez le he visto hablar con diferentes personas sobre todo
jóvenes, le llevan comida, le preguntan cómo está, conversan un rato con
él. Por su apariencia no hace mucho
tiempo que dejó de trabajar…
Se pone a leer el periódico mientras el
platillo que tiene a sus pies brillan
unas cuantas monedas, no más de tres o cuatro euros. Yo pongo uno, entorna los
ojos y me da las gracias.
Y
por fin estoy arriba, que cambio! cielo de color azul cielo, unas nubes
blancas, fuentes a pleno funcionamiento, palomas a cientos, niños que les dan
comida en la mano, un anciano pone comida en su lengua y una paloma come allí.
Rosales floridos y turistas a raudales. Subo por el Passeig de Gràcia arriba. Ando bastante rápida porque así pillo todos los semáforos de
peatones en verde y no me tengo que parar.
De
repente se hace casi el silencio total. Qué pasa? Acabo de llegar a la Gran
Vía, está completamente cortada, llena
de taxis que parecen una procesión de abejas enormes. Pienso que es bonita la
combinación de negro y amarillo, que va de un extremo a otro, todo lo que
abarca mi mirada, de arriba abajo No hay motores encendidos. Entre los coches,
mesitas de camping, algunas lonas, corros de hombres y mujeres charlando,
algunos con vasos y termos en las manos. Tres o cuatro cámaras con técnicos y
locutores situados en el paso de peatones que continúa cambiado de verde a rojo
innecesariamente. Atravieso rápido y pienso que Barcelona sin ruido es como un
pueblo.
Y
sucumbo a las rebajas. Bueno, para qué engañarnos, ya había sucumbido cuando he
salido de casa. Se está bien en las tiendas, con su aire acondicionado, pero si
estoy demasiado rato, me da gusto volver a salir a la calle, la piel de los
brazos fría dejándose calentar de nuevo por el sol y el viento.
Y
a la hora de comer vuelvo a casa, con dos faldas y dos blusas más (es que
estaban regaladas…). El tren viene a la hora. Me siento al lado de la ventanilla y miro. Primero oscuridad.
Hasta que de repente una intensa luz,
radiante y viva de agosto me abofetea en la cara, y debo bajar los párpados
para abrirlos de nuevo segundos después.
Bebo un trago del agua que he comprado para no deshidratarme. Los campos de
rastrojos desfilan a mi derecha. Hierbas secas y árboles medio deshojados.
No
sé qué ocurre, porque el tren disminuye la velocidad. Casi nadie en la calle cuando atravesamos los
núcleos habitados. La visión de una piscina pública, grande y llena de agua,
levanta risas y exclamaciones entre los pasajeros, como si viéramos un oasis. El
tren vuelve a tomar velocidad. Sólo espero que mis cálculos hayan sido correctos
y el coche esté a la sombra…
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