La encina


Estoy tumbada sobre mi toalla naranja, al lado del tronco de una gran encina.  Tiene casi toda la corteza agrietada y muchas ramas casi tocan el suelo, y se acarician entre sol y sombra. Miro al cielo. Veo ramas gruesas, hojas muy verdes y el azul del cielo detrás de ellas. Me relaja, una pierna flexionada, la otra estirada, los brazos y las manos  a los lados, abandonados, la cabeza un poco hacia atrás. Estoy casi escondida entre ramas, solo llevo puesta la parte inferior del bikini.
De vez en cuando cierro los ojos. Cuando los abro, me vuelvo a asombrar de las bellas ramas que decoran mi vista. El viento mueve despacio  las hojas y pienso si no se desprenderá alguna y lentamente me caerá encima. La sombra y el sol bailan sobre mi cara creando más sombras, parece que tiemblen. Me gustaría decir que siento como cantan los pájaros, pero eso sería un pequeño milagro. Todos los niños  están en la piscina bañándose por última vez esta temporada, el curso ha terminado.
Están un poco lejos de mí pero  el ruido del chapoteo en el agua y sus gritos  son ensordecedores. Además, a unos ocho metros de mí, se ha situado un grupo de jóvenes, chicas y chicos, que han llevado allí su propia música y que la ponen al máximo de decibelios para competir con el bullicio reinante.
Me encanta, sonrío, estoy bien. El sol empieza a quemarme  la piel, la siento sensible, tensa. En el aire se mezcla la aroma del cloro, la hierba pisada, el bronceador, el barro. Me gusta.
Y en este momento como si de una competición se tratara empieza a sonar música por la megafonía, hasta ahora apagada, o solo en marcha en los momentos de algún aviso  de precaución. Y es ahora cuando todos los monitores que vigilan a los niños que están fuera y dentro del agua, empiezan a dar palmas y a bailar. Escucho a una mujer, al otro lado del tronco de "mi" encina,  que comenta que es una despedida especial por ser el último día de la temporada.
Me pongo de lado y levanto un poco la cabeza. Veo a los monitores como vigilan a las niñas y niños. Alguno de ellos sin dejar de vigilar también bailan. Todos alegres, todos bailando independientemente de si uno es delgado, con sobrepeso, bajo, guapo, feo, riendo sin complejos. A mí me parecen todos, mujeres y hombres muy hermosos. Bailan bajo un sol de justicia.  Los jóvenes que estaban cerca de mí, se suman al baile. La música les atrapa. Uno de ellos lleva la voz cantante y va indicando los pasos. Dudo si tengo que ponerme la parte de arriba del bikini. Al fin no lo hago, no tengo porque…
Vuelvo a tumbarme, cierro los ojos, y me resisto a abrirlos, me gustaría bailar con alguien especial. Cierro los puños sin apretarlos, solo con esta idea me invade la felicidad. Es vivir por unos instantes la misma sensación de aquellos orgasmos que a veces llegan inesperadamente. Como el primer bocado  de un trozo de sandía, que inunda la boca y los sentidos. Sigo con los ojos cerrados, abro los puños y dejo caer las manos en la hierba que ha calentado del sol. En este momento no hay futuro, tampoco pasado, sólo el ahora que parece  fuerte,  firme, de tan evidente que  parece…


No tengo nada ni a nadie en mente en estos momentos. Sólo las sensaciones, solo con ese ser especial que quisiera bailar, sin importarme que no fuese un hombre. Tengo la certeza de que sería feliz, la misma  seguridad de estar aquí en pleno verano, y vivir estos instantes. Del grupo de jóvenes, unas chicas me llaman con las manos…
Que hago?...

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