Llueve mucho, qué extraño


He leído hasta donde dices que para el 25 y hasta el 28 vas a Roma, a ver a Laura, dejo de leer  y me pongo a escribir.

  Llueve mucho, qué extraño es sentir el sonido de la lluvia en este pueblo que  nunca lo hace tanto.

Graniza, que extraño. Las gotas de agua y las de agua más fría se pelean para chocar contra los cristales, son pequeñas bolitas de hielo que caen con mucha fuerza y rebotan contra el cristal.

Me levanto y pienso que me gustaría tener una casa grande para andar y andar, solo para  poder estirar las piernas. No me viene ningún pensamiento nuevo, ni para decir alguna cosa  ni para poder escribir, hace tiempo que me pasa lo mismo.

Miro por la ventana. Las luces de las farolas, reflejadas en el asfalto, simulan pequeñas lunas temblorosas de formas inverosímiles. Mil estrellas diminutas nacen y mueren entre las gruesas gotas de agua

Te veo pasar, calle abajo. El agua que cae por el ventanal enturbia tu figura y te hace casi tan anónima como el sonido mudo de tus pasos, pero eres tú. Caminas y ríes mientras tratas de guarecerte inútilmente bajo un diario.
La sombra de un árbol adquiere forma humana y camina a tu lado. Lleva el pelo largo, pantalones vaqueros y una gabardina larga, de color gris. 

Comparte cobijo. Una rama en forma de brazo sostiene el diario, el derecho no lo puedo ver, aunque  te lleva cogida por la cintura. Habla, y lo que dice te hace gracia, y ríes con aquella alegría loca de los que caminan, por placer, empapados bajo la lluvia.

Te veo marchar, haciendo eses, esquivando los charcos que vas encontrando. Llevas los hombros y la espalda totalmente mojada. Hace rato que el diario ha dejado de guarecerte, pero os empeñáis en sostenerlo juntos sobre vosotros. Quizá por olvido, tal vez por miedo a no saber qué hacer, de unas manos libres, cuando el cuerpo del otro está  tan cerca.

Mientras escribo escucho. Cantando bajo la lluvia    Gene Kelly



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