TU BETIS
Cuántas veces, padre, me contaste cómo tuviste
que coger esa maleta de cartón de tu padre, hacer un fardo con cuatro cosas que
tu madre te preparó con cariño y dejaste atrás tu calle que te vio nacer en
esta Cazalla que llevas en el alma para venir a esa
tierra extraña para ti.
Padre, cuántas veces sentí de tu boca
andaluza lo que lloraste, hecho todo un hombre, en cada travesía de la vía del
tren que te alejaba de tu pueblo.
En la maleta iban dos mudas, el
vestido de los domingos y una esperanza de futuro que te negaban los campos
estropeados de esta tierra que no te pudo dar el pan, pero que siempre la
llevaste muy adentro. Padre, aquí conociste a mamá, Montserrat, tu Montse. Y la
conociste un domingo que ibas loco para buscar el autobús que te llevara a
Sarrià, porque venía tu Betis a jugar contra el Espanyol. Te quedaste embobado solo
con mirarla, hija de campesinos, tenía unos ojos azul cielo que te cegaron. Tú,
parco en palabras, sólo lograste balbucear: "Te espero el sábado en la ermita
de Santa Eulalia", y saliste corriendo a trompicones.
Y mamá te esperó al sábado siguiente,
estaba preciosa, radiante, divertida con la proposición atropellada de este
buen mozo sevillano. Iba con las carabinas de turno, pero sólo tenía ojos para
ti, papá.
Tu Betis perdió 3-0 ese partido, pero
siempre era una fiesta cuando venía a Catalunya. Este verde que con el blanco
eran tu santo y seña incluso cuando ibas a trabajar a SEAT de la Zona Franca y después a SEAT Martorell,
donde te consumieron los años. Cuántos béticos saludabas al pasar. Juanito, ese
chico –¡Qué gracia!- que nunca sabía por
dónde se empezaba por ser catalán, no mejor catalán, no, no, simplemente
catalán. El bromista de Pepón, que de cada frase se inventaba un chiste. Pedro,
el de Gavá. Tenía casta de culé, le decías casta, sí, y no sabías que era una
casta. El Romero que no le gustaba como hablaban la gente de aquí y se prometió
no hablarlo nunca.
Y el Antonio, Toño para los amigos,
que lloraba nada más oír hablar del Betis tanto si ganaba como si perdía.
Cuántas veces me contabas, papá, lo que te costaba ahorrar para permitirte el
lujo de ir al fútbol, y comprar una entrada barata. Y también recuerdo lo
orgulloso de que a cualquiera le contabas que fue un cazallero el que llevó los
colores, verdiblancos al Betis.
Al poco tiempo os casasteis y vinisteis a
vivir a Santa Eulalia, un barrio de L'Hospitalet. El barrio en el que nací yo,
Montserrat, tu hija. Y aquí creaste una familia, y viste desde aquí cómo se
fueron tus padres allá a lo lejos, al cielo…
Había mucho revuelo en el piso donde
vivías. Entraste y la comadrona te miró sonriendo, al tiempo que en un catalán
muy cerrado te dijo: “Ha estat una nena”
["Ha sido una niña"]
Yo crecí rodeada de cariño, y quise ser
catalana como los de aquí porque había nacido aquí, y me gustaban cómo eran, y porque
tú también ya te sentías de aquí, pero no dejabas nada de lo que olía a
Andalucía, y te sentías mal delante de
la gente desagradecida que como tú, vinieron de un lugar donde entre la
dictadura y el Señorito no se podía vivir.
Recuerdo cuando explicabas que te apuntaste a
la biblioteca de la calle Pareto para aprender catalán y los primeros días sólo
estabas tú, allí, solo, y mucho antes de
saber leer y escribir un poco para defenderte, un día te presentaste en el bar
donde hacías el café con otros amigos que también habían venido como tú, pero de
Extremadura y Galicia, llevabas una
pancarta que decía “Si os hubierais ido a Francia hablaríais francés” Nadie
entendió nada.
A partir de entonces seguías allí
pero también ibas a Can Serra y a la Peña a tomar café a la espera de que
aquella gente entendiera alguna cosa. En Can Serra pusiste como condición que
te hablaran en catalán, porque te seguían hablando en castellano a pesar de
decirles siempre que no lo hicieran: “El castellano ya lo sé, -decías- ahora
catalán, ¡por favor!”
No me perdí una feria de abril
catalana, e iba contigo a ver al Betis, y en uno de esos partidos conocí a
Jordi, tu yerno, un catalán de Girona que se coló en el autobús de una peña
culé de Murcia para ver a su Barça gratis. Y me tocó el corazón su mirada de despistado y las
ganas de ver al Barça. A ti no te gustaba ese chico con tanta melena, con una
bufanda hecha a mano, de lana, larga, larguísima, negra, y en las puntas de los
colores de la bandera (casi ilegal) catalana. El Betis perdió ante el Barça de
Venables, por 2 a 1. Y Jordi se abrazó tan fuerte a mí, que tú, papá, casi le
revientes la cabeza.
Y después de tragarte tu mal humor fuiste el padrino de mi boda, y también
el padrino de tu nieto, también Jordi, que nada más nacer le hiciste el carné
del Betis. Y bajo el vestido del bautizo, Jordi, tu nieto, llevaba un pequeño
escudo de Betis que el cura, culé hasta la médula le regaló ese día.
Papá, abuelo, hoy estás sentado en este sillón y no me conoces, te
cuento todo esto y no sabes que soy tu hija, porque esta enfermedad ha
evaporado todos tus años, una enfermedad que te ha ido comiendo tus recuerdos,
tu memoria. Hoy juega tu Betis en su campo, con el Barça, nada menos. Tu mirada
perdida no recuerda todas las batallas que has presenciado, cuántas veces has
visitado los campos en los que tu Betis defendía tus colores. Hoy estos
partidos son memoria vacía, triste destino, papá, tu nieto se va a la Peña, le
hubiera gustado ir a Heliópolis, ahora Benito Villamarín, creo... como la
primera vez que fue contigo, cuando se gastó todo el dinero que le dio por la
comunión. ¡Qué orgulloso estabas de eso!
Y por unos segundos recordó "Este es de
los míos"…
Y volvió a perderse de nuevo en su
mundo vacío, y el nieto, con lágrimas en los ojos, bajó las escaleras de dos en
dos, y fue a la Peña buscando un milagro para dedicarle al abuelo.
Y el milagro se produjo.
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