Contando ovejas para dormir por la noche

 


Al pobre hombre le costaba dormir a pesar de que tal y como le habían aconsejado, contase ovejas. Y el pobre hombre así lo hacía. En cuanto cerraba los ojos y había apagado la luz de la habitación, empezaba a contar.

Pero el pobre hombre siempre elegía rebaños tan numerosos, que le costaban controlar la situación. Si se descuidaba un poco, alguna oveja macho ya se le fugaba por las costuras de la almohada, y un grupo de corderos, juguetones, le deslizaban por la doblez de la sábana, se le escondían bajo la manta, saltaban de la cama y se esparcían por la habitación.

Y después llegaba la oveja negra, que se quedaba encantada en mitad del párpado, y no quería ir a ningún lugar, y encima desorientaba la fila que venía por detrás. En definitiva, se pasaba la noche ordenando el rebaño disperso. A la larga, lo sabía, debería coger un perro para dominar la situación, aunque corría el peligro de que ladrase hasta el amanecer.


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